¡Qué pena con Maduro!
Lo ocurrido ayer en las elecciones presidenciales no puede ser ocultado a la opinión pública nacional e internacional. Es tal la magnitud del fracaso de Nicolás que, si le quedara algo de vergüenza, a estas horas debería estar escondido debajo de la cama matrimonial sin atreverse a asomar la nariz. Pero la maquinaria extranjera que política y publicitariamente le ha colocado en semejante ridículo universal lo obligará a dar la cara aunque sea a empujones. Peor desgracia imposible para un político que hasta sus íntimos aliados proclaman a sus espaldas que es “un tanto limitado en su entender” y que es menester hablarle despacio y, de ser posible, con frases fáciles de digerir. Quizás estas circunstancias y otras vulgares razones lo llevaron a dar saltos en una tarima como si los pasos de baile, por muy graciosos que sean, arrimaran votos a una candidatura que si algo tiene a la vista es que por tamaño y peso implica un esfuerzo adicional que no todo el mundo puede hacer, a menos que h...